Un buen amigo
Soy bastante buena para recordar las fechas, el paso del tiempo, en qué momento o cuándo sucedió tal o cual evento, asociar canciones a épocas de mi vida (y fecharlas por años)...
El caso es que estuvimos liados unos meses, durante el 98, en una época en la que te habría tumbado a tequilas...
Mis escapadas nocturnas eran fascinantes: Cheers (ya nunca volverá a ser lo que era), Pago-Pago o ese local en el que servían -sirven- cóckteles exóticos y, dicen, afrodisíacos en copas de balón heladas. Divina la planta de abajo, los sofás taaaannn cómodos, la música (se anticiparon mágicamente a la fusión Bossa-Nova y Chill Out), la buscada y deseada oscuridad, la luz precisa. Los aseos arriba, aislados. Y los camareros ciegos, todos instruídos, mirando sin ver porque ellos también eran algo voyeurs.
El primer beso con el rockero fue en la taberna irlandesa de la Gran Vía (que ya no es taberna ni mucho menos irlandesa). Creo que, además, sonaba algo de U2... La música era buena. Era.
Pasaron semanas después de aquel primer beso. Y pasaron más besos y más copas rodeadas de humo.
Un día sin comer.
A la noche, una noche de perdición en la que el alcohol me ganó la batalla (aquellos cóckteles se deslizaban en mi cuerpo con la misma facilidad que el sexo del aquél exiliado de mis tierras en su buhardilla de Madrid).
El calor hacía de las suyas, los camareros seguían sin ver pero el exceso era tal que me lo llevé a los aseos, para refrescarme.
Me senté en el lavabo y con las piernas abiertas y el tanga a un lado le dije que me follara de una vez.
Seguro que mi mirada traspasaba las paredes.
El rockero se negó. Me dijo que yo no estaba en condiciones. Que no estaba sobria y de ésta manera le daba la sensación de que abusaba en cierto modo de mí...
Como si me hubieran tirado un jarro de agua fría, como un gato arrojado a una piscina, como cuando termina una buena película en una gran sala de cine (de esas que van desapareciendo)... súbitamente apareció el bajón y se apoderó de mi sangre a bocajarro.
Pero allí siguió mi buen amigo, el rebelde, el rockero, el oculto. Con su melena negra hasta casi la cintura y sus botas de piel de serpiente bajo los vaqueros desgastados, sujetándome la cabeza y haciéndome más fácil la vuelta al exterior de todo ese alcohol que me sobraba.
Se portó bien. Muy bien. Un buen amigo...
Y es que el otro día le decía (al de la buhardilla digo, a raíz de los mojitos que, al parecer, ha descubierto que le gustan) que quiero que nos excedamos de alcohol juntos, con él -no enrollarme (sic) X'D No sé en qué estaría pensando cuando cometí el gazapo- porque es un caballero y, sobretodo, un buen amigo.
El caso es que estuvimos liados unos meses, durante el 98, en una época en la que te habría tumbado a tequilas...
Mis escapadas nocturnas eran fascinantes: Cheers (ya nunca volverá a ser lo que era), Pago-Pago o ese local en el que servían -sirven- cóckteles exóticos y, dicen, afrodisíacos en copas de balón heladas. Divina la planta de abajo, los sofás taaaannn cómodos, la música (se anticiparon mágicamente a la fusión Bossa-Nova y Chill Out), la buscada y deseada oscuridad, la luz precisa. Los aseos arriba, aislados. Y los camareros ciegos, todos instruídos, mirando sin ver porque ellos también eran algo voyeurs.
El primer beso con el rockero fue en la taberna irlandesa de la Gran Vía (que ya no es taberna ni mucho menos irlandesa). Creo que, además, sonaba algo de U2... La música era buena. Era.
Pasaron semanas después de aquel primer beso. Y pasaron más besos y más copas rodeadas de humo.
Un día sin comer.
A la noche, una noche de perdición en la que el alcohol me ganó la batalla (aquellos cóckteles se deslizaban en mi cuerpo con la misma facilidad que el sexo del aquél exiliado de mis tierras en su buhardilla de Madrid).
El calor hacía de las suyas, los camareros seguían sin ver pero el exceso era tal que me lo llevé a los aseos, para refrescarme.
Me senté en el lavabo y con las piernas abiertas y el tanga a un lado le dije que me follara de una vez.
Seguro que mi mirada traspasaba las paredes.
El rockero se negó. Me dijo que yo no estaba en condiciones. Que no estaba sobria y de ésta manera le daba la sensación de que abusaba en cierto modo de mí...
Como si me hubieran tirado un jarro de agua fría, como un gato arrojado a una piscina, como cuando termina una buena película en una gran sala de cine (de esas que van desapareciendo)... súbitamente apareció el bajón y se apoderó de mi sangre a bocajarro.
Pero allí siguió mi buen amigo, el rebelde, el rockero, el oculto. Con su melena negra hasta casi la cintura y sus botas de piel de serpiente bajo los vaqueros desgastados, sujetándome la cabeza y haciéndome más fácil la vuelta al exterior de todo ese alcohol que me sobraba.
Se portó bien. Muy bien. Un buen amigo...
Y es que el otro día le decía (al de la buhardilla digo, a raíz de los mojitos que, al parecer, ha descubierto que le gustan) que quiero que nos excedamos de alcohol juntos, con él -no enrollarme (sic) X'D No sé en qué estaría pensando cuando cometí el gazapo- porque es un caballero y, sobretodo, un buen amigo.
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