Archivos temporales
En Literatura, para el análisis de una composición, se suelen observar y comentar, entre otros puntos, el o los temas principales y las diferentes intenciones que el autor quisiera dejar reflejadas.
Sé que puedo resultar repetitiva porque suelo citar en ocasiones una obra de Jorge Manrique, en realidad, la más conocida: "40 coplas por la muerte de su padre".
Algo que me llamó la atención acerca de estas "40 coplas..." ha sido desde siempre el tema de la inmortalidad. En lugar de lamentarse, estas coplas son una oda, una exaltación a la figura de su padre de quien sostiene que se le recordará por todas sus buenas acciones. A la vez que nos invita a ello (ejercer buenos actos en vida para que se nos recuerde tras fallecer), apunta a que el secreto de la eternidad está en mantenerse en el recuerdo de quienes nos sucedan. Creo que fue Goethe quien dejó para la posteridad algo así como que "lo mejor que debemos a la Historia es el entusiasmo que despierta". Por desgracia hay una larga lista formada por personajes que tienen la etiqueta "non grato" y no por ello se pierden en el olvido, sino que algunos incluso son objeto de culto y referente para algunas mentes -digamos- distorsionadas.
Pero sin ostentosos fastos de ilustres personajes ni mayúsculas desgracias de degradantes seres, con nosotros, los millones de indivíduos anónimos que formamos el mundo y ampliamos la Historia, nacen y mueren archivos temporales únicos. Sólo quienes creen en las vidas paralelas manifiestan que pueden ser cíclicos o reproducidos.
A continuación transcribo parte de un texto del escritor Javier Marías. Son una serie de preguntas que coinciden con tantas similares que yo misma me he cuestionado con frecuencia sin obtener respuesta alguna.
"[...] y, siempre que muere alguien, una de las cosas que más me choca y me resultan más incomprensibles es la desaparición repentina, abrupta, de cuanto el vivo recordaba y sabía hasta hacía unos momentos. ¿Dónde va todo eso, los apellidos de los profesores y compañeros del colegio, los rostros de los primeros novios o novias, aquellos que nos pudieron gustar sólo a distancia, los millares de anécdotas de cualquier vida, las lenguas que hablábamos y leíamos, los infinitos nombres almacenados, de conocidos imrescindibles y de desconocidos superfluos [...]?"
Sé que puedo resultar repetitiva porque suelo citar en ocasiones una obra de Jorge Manrique, en realidad, la más conocida: "40 coplas por la muerte de su padre".
Algo que me llamó la atención acerca de estas "40 coplas..." ha sido desde siempre el tema de la inmortalidad. En lugar de lamentarse, estas coplas son una oda, una exaltación a la figura de su padre de quien sostiene que se le recordará por todas sus buenas acciones. A la vez que nos invita a ello (ejercer buenos actos en vida para que se nos recuerde tras fallecer), apunta a que el secreto de la eternidad está en mantenerse en el recuerdo de quienes nos sucedan. Creo que fue Goethe quien dejó para la posteridad algo así como que "lo mejor que debemos a la Historia es el entusiasmo que despierta". Por desgracia hay una larga lista formada por personajes que tienen la etiqueta "non grato" y no por ello se pierden en el olvido, sino que algunos incluso son objeto de culto y referente para algunas mentes -digamos- distorsionadas.
Pero sin ostentosos fastos de ilustres personajes ni mayúsculas desgracias de degradantes seres, con nosotros, los millones de indivíduos anónimos que formamos el mundo y ampliamos la Historia, nacen y mueren archivos temporales únicos. Sólo quienes creen en las vidas paralelas manifiestan que pueden ser cíclicos o reproducidos.
A continuación transcribo parte de un texto del escritor Javier Marías. Son una serie de preguntas que coinciden con tantas similares que yo misma me he cuestionado con frecuencia sin obtener respuesta alguna.
"[...] y, siempre que muere alguien, una de las cosas que más me choca y me resultan más incomprensibles es la desaparición repentina, abrupta, de cuanto el vivo recordaba y sabía hasta hacía unos momentos. ¿Dónde va todo eso, los apellidos de los profesores y compañeros del colegio, los rostros de los primeros novios o novias, aquellos que nos pudieron gustar sólo a distancia, los millares de anécdotas de cualquier vida, las lenguas que hablábamos y leíamos, los infinitos nombres almacenados, de conocidos imrescindibles y de desconocidos superfluos [...]?"
(La lenta desaparición del mundo. El País Semanal, spl. 1511)
Quiero añadir simplezas varias, cualquier cosa y nada en concreto.
Todo aquello a lo que le damos la importancia que precisa.
Lo insignificante.
Las mentiras contadas y las verdades solemnes.
Las historias de amor que guardemos en silencio hasta el final.
Tantos, tantos ladrillos que forman el pilar fundamental de nuestra vida y que, con ésta, se desmoronarán y se disiparán en el olvido cuando termine. A veces lo pienso y lamento terriblemente esta pérdida tan rica en contenidos personales.
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