miércoles, octubre 19, 2005

Nunca llueve a gusto de todos

Es cierto.

Dejando aparte provincias como Gerona o Jaén (por citar dos extremos opuestos) en los que las lluvias torrenciales están causando estragos por las inundaciones, que llueva en Aragón es -como poco- "agua bendita".

Cuando a principios de año ya se estimaban unas pérdidas del, sobretodo, secano de entre un 60% y un 80% (¡ojo! hablo de pérdidas. Son cifras dramáticas si me refiero a ello de manera sutil), el balance de éste año va a resultar nefasto.

Los embalses han llegado a mínimos históricos en toda la Comunidad. Y las restricciones en zonas como el Sobrarbe y Ribagorza provocan que varias decenas de camiones cisternas tengan que suministrar agua a un buen número de municipios.

Viajar incluso por provincias limítrofes con Aragón y ver que la sequía también traspasa la frontera es una imagen, cuando menos, desoladora. Las varias líneas de marcación del agua en embalses y pantanos terminan llevando a la siniestra visión de un locus terribilus con multitud de desechos. Basura en definitiva, abriéndose paso entre el lodo, que sólo los cobardes arrojan cuando el agua se convierte en el escondite perfecto y en la desidia de los sin conciencia.
Estas desdichas no lo son menos por ser compartidas.

Pero los dioses nos han traído la lluvia.
Lluvia media.
Lluvia suave.
Lluvia buena.

Y aunque la llegada de este agua se está produciendo diariamente durante apenas una semana, todavía son necesarios muchos días de constantes precipitaciones para que estos pantanos y embalses se vean recuperados.

A mí siempre me ha gustado la lluvia desde casa. Las tormentas incluso.
Desde que te conozco debo añadir que contigo a mi lado la lluvia rozando los cristales sería perfecta.
Pero no en la calle. No en la vida diaria...

Y es que este tiempo de sequía parece que nos ha concienciado a todos porque la hemos recibido con satisfacción, sin protestas (que las habrá y me haya perdido, of course!). El hecho de esta bienvenida colectiva, de esta consideración conjunta no hace sino sentirme orgullosa de mi gente y de mi tierra. Que, por vez primera, no nos hemos rasgado las vestiduras ni lanzado a las calles para protestar por un equipo de fútbol sino que desde la invidualidad nos hemos dedicado a caminar bajo la lluvia y a disfrutar de ello sin caras amargas.

Realmente espero que este sentimiento no se vea frustrado en pocos días porque tengo la esperanza de que los dioses continúen regalándonos el líquido elemento el tiempo suficiente para que las reservas se encuentren satisfechas.
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