Doble vida
Jorge acudió al Hospital con la escalofriante esperanza de ver a Yoli rota como una marioneta. Ya se lo habían anticipado. Desfigurada sí, y envuelta en tubos que mantuvieran a flote un hilo de vida para poder agarrarse a eso. Era lo único a lo que podía asirse. Sin embargo, cuando llegó sólo encontró el cuerpo inerte de ella...
Por cuestiones obvias, nos quedamos terriblemente consternados cuando nos dieron la noticia de que Yoli había muerto en accidente de coche en los alrededores de Zaragoza. Sin embargo, que ella tuviera un acompañante desconocido (era el conductor y propietario del automóvil en realidad) fue lo que suscitó ese halo de misterio que envolvió la trágica noticia en las siguientes horas después.
Supongo que no debe de ser muy agradable que los cónyuges de ambas partes conozcan la existencia del otro en tan cruel acontecimiento.
Intento imaginarme las expresiones del rostro, las miradas furtivas escrutando la configuración física de la otra parte, los silencios, las lágrimas contradictorias y los silencios... compartiéndolo todo.
Yoli llevaba viéndose con Javier desde unos meses atrás. No quería cambiar esa situación. Estaba enamorada de Jorge, su pareja "oficial" y, aunque de otra forma, también lo estaba de Javier, pues con éste último vivía situaciones que no sucedían con el primero. Con cada uno de ellos tenía su tiempo y su momento. Todo iba bien, ¿por qué cambiarlo?, se decía.
Cuando suceden este tipo de tan injustos acontecimientos me acuerdo, anecdóticamente, de los consejos o lecciones que a nota final se extraían de las tragicomedias medievales. Si esta historia hubiese sido un cuento, la infidelidad estaría penalizada con el castigo físico que ha terminado imponiéndose a los protagonistas.
Pero, de manera simultanea, tampoco puedo evitar pensar, con cierto desagrado, por qué tanto el hombre, como la mujer, no pueden elegir libremente qué hacer con su vida sin tener la obligación moral de dar, tarde o temprano, explicaciones inoportunas cuando debería ser lo contrario: opciones individuales y respetables si el o los interesados lo eligen así.
Yoli y Javier nos contaron a todos aquello que querían guardar para sí, aunque lo hicieron ya sumidos en el sueño profundo de la muerte. Así que, contra su voluntad, voces ajenas han profanado su secreto y no puedo evitar sentir tristeza por ellos...
Lo que pasa es que también pienso en la otra parte, supongo que por afinidad con Jorge. La verdad es que tiene trabajo para un tiempo: además de superar las diferentes etapas del duelo emotivo causado por el fallecimiento de su pareja, debe organizar y filtrar unos sentimientos contradictorios que no le están llevando por buen camino. Jorge se siente peor por la infidelidad de Yoli que por la frustración y el enfado de la "no-despedida" de su ser querido, aunque supongo es un parche para engañar a la tristeza, no sé...
Creo que voy a posponer para otro día mis opiniones personales sobre la fidelidad (y la lealtad, por supuesto mucho más importante).
Quizá eche mano de un puñado de extensos e interesantes correos que mantuve con un amigo hace unos meses, en el que yo defendía la lealtad por encima de la fidelidad y en los que sostenía que ésta fue un concepto posterior, esto es, que vino aprendido cuando apareció la idea de la propiedad porque el ser humano, al principio de los tiempos, era polígamo y supongo que eso lo llevamos en la memoria genética.
Pero ya digo, tema pendiente... Por el momento, lo mejor será ser discreto y andarse con ojo para evitar herir a personas que no se lo merecen.
Por cuestiones obvias, nos quedamos terriblemente consternados cuando nos dieron la noticia de que Yoli había muerto en accidente de coche en los alrededores de Zaragoza. Sin embargo, que ella tuviera un acompañante desconocido (era el conductor y propietario del automóvil en realidad) fue lo que suscitó ese halo de misterio que envolvió la trágica noticia en las siguientes horas después.
Supongo que no debe de ser muy agradable que los cónyuges de ambas partes conozcan la existencia del otro en tan cruel acontecimiento.
Intento imaginarme las expresiones del rostro, las miradas furtivas escrutando la configuración física de la otra parte, los silencios, las lágrimas contradictorias y los silencios... compartiéndolo todo.
Yoli llevaba viéndose con Javier desde unos meses atrás. No quería cambiar esa situación. Estaba enamorada de Jorge, su pareja "oficial" y, aunque de otra forma, también lo estaba de Javier, pues con éste último vivía situaciones que no sucedían con el primero. Con cada uno de ellos tenía su tiempo y su momento. Todo iba bien, ¿por qué cambiarlo?, se decía.
Cuando suceden este tipo de tan injustos acontecimientos me acuerdo, anecdóticamente, de los consejos o lecciones que a nota final se extraían de las tragicomedias medievales. Si esta historia hubiese sido un cuento, la infidelidad estaría penalizada con el castigo físico que ha terminado imponiéndose a los protagonistas.
Pero, de manera simultanea, tampoco puedo evitar pensar, con cierto desagrado, por qué tanto el hombre, como la mujer, no pueden elegir libremente qué hacer con su vida sin tener la obligación moral de dar, tarde o temprano, explicaciones inoportunas cuando debería ser lo contrario: opciones individuales y respetables si el o los interesados lo eligen así.
Yoli y Javier nos contaron a todos aquello que querían guardar para sí, aunque lo hicieron ya sumidos en el sueño profundo de la muerte. Así que, contra su voluntad, voces ajenas han profanado su secreto y no puedo evitar sentir tristeza por ellos...
Lo que pasa es que también pienso en la otra parte, supongo que por afinidad con Jorge. La verdad es que tiene trabajo para un tiempo: además de superar las diferentes etapas del duelo emotivo causado por el fallecimiento de su pareja, debe organizar y filtrar unos sentimientos contradictorios que no le están llevando por buen camino. Jorge se siente peor por la infidelidad de Yoli que por la frustración y el enfado de la "no-despedida" de su ser querido, aunque supongo es un parche para engañar a la tristeza, no sé...
Creo que voy a posponer para otro día mis opiniones personales sobre la fidelidad (y la lealtad, por supuesto mucho más importante).
Quizá eche mano de un puñado de extensos e interesantes correos que mantuve con un amigo hace unos meses, en el que yo defendía la lealtad por encima de la fidelidad y en los que sostenía que ésta fue un concepto posterior, esto es, que vino aprendido cuando apareció la idea de la propiedad porque el ser humano, al principio de los tiempos, era polígamo y supongo que eso lo llevamos en la memoria genética.
Pero ya digo, tema pendiente... Por el momento, lo mejor será ser discreto y andarse con ojo para evitar herir a personas que no se lo merecen.
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