Dragones de Delhi
Habíamos quedado en mi casa, después de anular la cita en varias ocasiones desde que volví de vacaciones. Unos días ella, otros días yo... No podíamos vernos nunca.
Lo cierto es que tenía ganas de contárselo a alguien.
A ella.
A los pocos segundos de sentarse en el sofá del salón, abrazada por los finos hilos de humo que zigzagueaban partiendo de las varitas de incienso de mirra, y a menos de dos minutos de distancia del extraordinario espejo que ocupa la pared izquierda del recibidor donde resulta casi imposible no reparar en uno mismo, Ana, mi amiga, dispara:
- Bueno, y ¿qué es eso que me tenías que contar de tu viaje a la India?
- Espera, tía -sonrío maliciosamente- voy a preparar un café, ¿no?
- Vaaaaaale -responde-. Pero ¡date prisa! -añade sin ocultar su curiosidad.
Me encanta hacerme de rogar cuando tengo que desvelar un secreto como si fuese el final de un episodio de cualquier telenovela venezolana.
Y es que hay un capítulo de mi viaje a Nueva Delhi que es hermético y reservado. Pero me gusta pensar, de manera lasciva, en los dragones que conocí y en el fuego inolvidable.
- Oye -le increpo desde la cocina- que si prefieres tengo Té original de la India. He traído de varias clases: suaves, intensos, afrutados... Están muy ricos.
Como los dragones -pienso.
- Da igual. Café.
Mientras dejo puesta la cafetera de diseño italiano que compré en El Corte Inglés se me ocurre ponerme, a modo de sorpresa, uno de los sharis de seda que me traje del país de las especias, y desde mi vestidor le advierto a Ana que tardo no más de cinco minutos, a lo que ella asiente.
*
Me moría de ganas de recorrer la zona comercial así que pregunté en el Hotel Oberoi, donde me alojaba, a una recepcionista muy atenta, Maya, con la que había entablado cierta amistad a colación de su castellano fluido.
Su madre -me contó-, de Salamanca, se casó con su padre en Pakistán, mientras ambos trabajaban para la ONG Médicos Sin Fronteras.
- Mi hermano, Razzaq -me propuso- es guía ocasional para el Hotel. Trabaja como médico en una clínica privada para extranjeros, pero son solo unas pocas horas a la semana.
En la India todo el mundo tiene sus trabajos aquí y allá...
- Por otra parte -continuó- te puede mostrar encantos de la ciudad y los suburbios que las rutas organizadas obvian por motivos básicos de tiempo y de poco atractivo turístico aparente.
No sé. Me pareció de confianza y accedí.
Buscaba lugares diferentes para fotografiar y era consciente del riesgo que suponía realizar un viaje de estas características. Riesgo entre comillas. Cuidando el alojamiento y las excursiones, el único inconveniente podía ser el interés entre los hombres al ver una joven viajando sola. Pero los destinos a Italia y a China en las mismas condiciones transcurrieron sin ningún altercado.
Por el momento, el trato en Nueva Delhi estaba siendo exquisito.
*
Ajustándome la falda hasta los tobillos, sonrío mientras pienso en la amabilidad del trato. Y en cómo llegué a adorar, desde el primer día, todas las sonrisas que me regalaron de manera constante, con sus dientes siempre blanquísimos...
*
Mientras esperaba en mi habitación a que me avisaran cuando mi guía Razzaq se personase en la recepción, se me ocurría pensar si no era precipitada la decisión de dejarme llevar por alguien a quien no conocía.
Por el contrario -me decía a mí misma- en cualquier otro sitio se sufren las mismas inseguridades al contratar a un monitor. La diferencia con éste y, en realidad, el único consuelo que me podía proporcionar es que era recomendado por un trabajador de mi hotel. Nada más.
Y lo que digo con frecuencia: que sea lo que los dioses quieran.
Cuando bajé a la sala de recepción busqué con la mirada a Maya y ahí los vi. Sonriendo, claro.
Ante una sonrisa no se puede evitar responder con otra sonrisa. Así que, del mismo modo, me dirigí hacia ellos.
Aunque Maya tenía la piel apreciablemente más clara que su hermano, se podían percibir ciertos rasgos similares en los ojos y la nariz, aunque ésta, más sutil en ella, tenía la misma línea.
Razzaq llevaba un bigote espeso, algo muy común entre hindúes, que le daba cierto aire exótico y majestuoso. Por unos momentos le imaginé con un kaftán de lino con colores intensos y cabellos largos y ondulados escondidos bajo el enroscado tocado del turbante, portando grandes pendientes con forma de aro, brazaletes y demás alhajas de oro mate y macizo cual Marahá de cualquier provincia que hasta hace menos de un siglo todavía gobernaban en la India.
Una vista general me trajo a la realidad al dar con un habitante más con su vestimenta occidental. El repaso me llevó hasta el lugar donde me pregunté de qué tamaño sería su sexo pero inmediatamente después traté de desechar esta idea con el objeto de no manifestar este pensamiento. Reparé entonces en un envoltorio con forma de cuartilla que sujetaba con su mano izquierda y que despertó mi curiosidad.
Tras las oportunas presentaciones y acordando el itinerario a seguir, Maya nos dejó para continuar su trabajo.
Tal y como habíamos acordado -en inglés. Mi guía no hablaba Castellano- las rutas se ceñirían exclusivamente a recorrer los lugares donde el turismo no llega. En mi circuito personal ya había visitado lo típico de Sri Lanka, el obligado Taj Mahal en Agra, el colorido Rajastaní de Jaipur, a menos de cinco horas de la Capital. Me quedaba el Himalaya, que en este viaje excluí y, en dirección Este, los ghats a los pies del Ganges a su paso por Varanasi.
Así que el acuerdo se circunscribió a esta ciudad previo paso por los bazares del Paharganj.
Al salir del Hotel, Razzaq cambió el paquete a la mano derecha y me lo ofreció con la eterna sonrisa que me acompañaría hasta tomar el vuelo a España.
Realmente me había sorprendido.
- ¿Para mí! -le dije.
- Cultura -contestó- de mi País.
Al abrirlo, sólo pude exclamar algo que no recuerdo exactamente con una mezcla de sorpresa y rubor cuando leí "Kama Sutra" entre letras doradas de estilo arabesco.
Me pregunté si este atrevimiento se debía a mi osada imaginación acerca del animal que habitara entre sus piernas. Pero era imposible. Cuando pensé en ello ya lo llevaba en su mano izquierda.
- Espero que no se moleste -añadió-. Le pido disculpas si...
- No. No. En absoluto. Es interesante. No tenía ningún ejemplar del...
Mentía. Tenía el "Kama Sutra" original que cogí hace años de la casa de mis padres y, mientras ojeaba rápidamente el contenido como si no lo hubiera visto nunca, Razzaq me puntualizó que contenía una cantidad considerable de dibujos eróticos originales de miniaturas y manuscritos muy antiguos.
- Pero, ¿esto se puede hacer? -me pregunté en voz alta mientras curioseaba una de estas pinturas de sexo totalmente explícito.
- Sí.
Y contestó con una rotundidad, tan absolutamente seguro de sí mismo, que incluso me asusté.
Pero me fijé en él. Sus ojos y sus labios estaban sonriendo.
- Vale. No pasa nada -pensé.
- Bueno, vamos hacia Paharganj -me dijo-. Si vamos andando podrás saborear el verdadero clima de sus habitantes.
Y no se equivocaba. A medida que me adentraba en las profundidades de Delhi, la información se agolpaba en mi campo visual: la contaminación, el gentío, el ruido, la mezcla de olor a especias y a mugre que punzaban mi olfato como alfileres, el desorden en la calle en la que tan pronto pasaban coches como bicicletas destartaladas...
En dos ocasiones pude observar cómo una vaca -sagrada y como tal no se la puede forzar- se encontraba paralizando una vía.
Cualquier objeto, animal o persona formaba el caos al que la vida cotidiana se sometía a cada instante. Un caos totalmente opuesto al de las ciudades civilizadas.
Pero tras esta primera impresión que pienso que al turista medio disgustaría, se encuentra el encanto auténtico de la ciudad: su alma, su estilo de vida... Y la comida, sublime.
Realmente me parecía fascinante (para mi objetivo fotográfico) todas esas sombras de suciedad que, como si tuviesen vida propia, se apoderaban de las paredes. Así como los matices tostados de la piel, los llamativos colores de los carteles de comercios y bazares, los contrastes entre las ropas occidentales y la tradicional junto con la constante presencia de esa marca deportiva conocida a nivel mundial que se continúa confeccionando en Pakistán.
El desorden de sonidos bhangra, hindi, gujarati, carnati, ghazals... que se abrían paso entre las voces y dialectos de la muchedumbre de la calle y formaban parte de este atrezzo de musicalidad que para algunos quizá pecaría de claustrofóbico.
Los gurús más dispares con su séquito de acólitos con quienes nos tropezamos en más de una ocasión.
*
- ¡Hala! ¡Qué guapa! -me dice Ana cuando me ve aparecer con un shari de seda roja de sutiles destellos dorados.
- Pues fue en el corazón del mismo bazar de Paharganj -le contesto- donde, en un comercio de telas, me confeccionaron una pareja de sharis de seda. Increíble, tía. En dos horas me tuvieron listo el primero. Me encantan.
- ¡Jo! Y a mí. Si lo llego a saber te hubiera encargado uno o dos...
- Ya. Pero, y la talla, ¿qué? -le pregunto.
- Claro... -me dice con cierto aire de pesadumbre. Como cuando la idea de concederse un capricho se ve desmoronada por completo.
Al sentarnos en el sofá, cojo de la bandeja inferior de la mesita un libro. Aquél de cultura de la India que me regaló Razzaq.
- ¿También te lo has traído de allí? -me pregunta sonriendo con malicia.
- No -le contesto- Éste libro me lo regalaron.
- Ah... ¿quién?
Lo abro y empiezo a pasar hojas como si fuera una bajara de cartas en manos de un crupier y el aviso, con el peso, me obliga a parar entre la segunda mitad.
Saco una fotografía que me apresuro en enseñarle a mi amiga mientras añado:
- Mira. Éste de la derecha es el que me demostró que todas las posiciones del "Kama Sutra" son posibles.
- Y ¿sabes? -continúo diciéndole- me quedo con la Posición del Dragón.

Razzaq, mi Dragón de Delhi
*
Historia inspirada en una imagen de mi fotógrafo preferido, Thierry Le Goués
Lo cierto es que tenía ganas de contárselo a alguien.
A ella.
A los pocos segundos de sentarse en el sofá del salón, abrazada por los finos hilos de humo que zigzagueaban partiendo de las varitas de incienso de mirra, y a menos de dos minutos de distancia del extraordinario espejo que ocupa la pared izquierda del recibidor donde resulta casi imposible no reparar en uno mismo, Ana, mi amiga, dispara:
- Bueno, y ¿qué es eso que me tenías que contar de tu viaje a la India?
- Espera, tía -sonrío maliciosamente- voy a preparar un café, ¿no?
- Vaaaaaale -responde-. Pero ¡date prisa! -añade sin ocultar su curiosidad.
Me encanta hacerme de rogar cuando tengo que desvelar un secreto como si fuese el final de un episodio de cualquier telenovela venezolana.
Y es que hay un capítulo de mi viaje a Nueva Delhi que es hermético y reservado. Pero me gusta pensar, de manera lasciva, en los dragones que conocí y en el fuego inolvidable.
- Oye -le increpo desde la cocina- que si prefieres tengo Té original de la India. He traído de varias clases: suaves, intensos, afrutados... Están muy ricos.
Como los dragones -pienso.
- Da igual. Café.
Mientras dejo puesta la cafetera de diseño italiano que compré en El Corte Inglés se me ocurre ponerme, a modo de sorpresa, uno de los sharis de seda que me traje del país de las especias, y desde mi vestidor le advierto a Ana que tardo no más de cinco minutos, a lo que ella asiente.
*
Me moría de ganas de recorrer la zona comercial así que pregunté en el Hotel Oberoi, donde me alojaba, a una recepcionista muy atenta, Maya, con la que había entablado cierta amistad a colación de su castellano fluido.
Su madre -me contó-, de Salamanca, se casó con su padre en Pakistán, mientras ambos trabajaban para la ONG Médicos Sin Fronteras.
- Mi hermano, Razzaq -me propuso- es guía ocasional para el Hotel. Trabaja como médico en una clínica privada para extranjeros, pero son solo unas pocas horas a la semana.
En la India todo el mundo tiene sus trabajos aquí y allá...
- Por otra parte -continuó- te puede mostrar encantos de la ciudad y los suburbios que las rutas organizadas obvian por motivos básicos de tiempo y de poco atractivo turístico aparente.
No sé. Me pareció de confianza y accedí.
Buscaba lugares diferentes para fotografiar y era consciente del riesgo que suponía realizar un viaje de estas características. Riesgo entre comillas. Cuidando el alojamiento y las excursiones, el único inconveniente podía ser el interés entre los hombres al ver una joven viajando sola. Pero los destinos a Italia y a China en las mismas condiciones transcurrieron sin ningún altercado.
Por el momento, el trato en Nueva Delhi estaba siendo exquisito.
*
Ajustándome la falda hasta los tobillos, sonrío mientras pienso en la amabilidad del trato. Y en cómo llegué a adorar, desde el primer día, todas las sonrisas que me regalaron de manera constante, con sus dientes siempre blanquísimos...
*
Mientras esperaba en mi habitación a que me avisaran cuando mi guía Razzaq se personase en la recepción, se me ocurría pensar si no era precipitada la decisión de dejarme llevar por alguien a quien no conocía.
Por el contrario -me decía a mí misma- en cualquier otro sitio se sufren las mismas inseguridades al contratar a un monitor. La diferencia con éste y, en realidad, el único consuelo que me podía proporcionar es que era recomendado por un trabajador de mi hotel. Nada más.
Y lo que digo con frecuencia: que sea lo que los dioses quieran.
Cuando bajé a la sala de recepción busqué con la mirada a Maya y ahí los vi. Sonriendo, claro.
Ante una sonrisa no se puede evitar responder con otra sonrisa. Así que, del mismo modo, me dirigí hacia ellos.
Aunque Maya tenía la piel apreciablemente más clara que su hermano, se podían percibir ciertos rasgos similares en los ojos y la nariz, aunque ésta, más sutil en ella, tenía la misma línea.
Razzaq llevaba un bigote espeso, algo muy común entre hindúes, que le daba cierto aire exótico y majestuoso. Por unos momentos le imaginé con un kaftán de lino con colores intensos y cabellos largos y ondulados escondidos bajo el enroscado tocado del turbante, portando grandes pendientes con forma de aro, brazaletes y demás alhajas de oro mate y macizo cual Marahá de cualquier provincia que hasta hace menos de un siglo todavía gobernaban en la India.
Una vista general me trajo a la realidad al dar con un habitante más con su vestimenta occidental. El repaso me llevó hasta el lugar donde me pregunté de qué tamaño sería su sexo pero inmediatamente después traté de desechar esta idea con el objeto de no manifestar este pensamiento. Reparé entonces en un envoltorio con forma de cuartilla que sujetaba con su mano izquierda y que despertó mi curiosidad.
Tras las oportunas presentaciones y acordando el itinerario a seguir, Maya nos dejó para continuar su trabajo.
Tal y como habíamos acordado -en inglés. Mi guía no hablaba Castellano- las rutas se ceñirían exclusivamente a recorrer los lugares donde el turismo no llega. En mi circuito personal ya había visitado lo típico de Sri Lanka, el obligado Taj Mahal en Agra, el colorido Rajastaní de Jaipur, a menos de cinco horas de la Capital. Me quedaba el Himalaya, que en este viaje excluí y, en dirección Este, los ghats a los pies del Ganges a su paso por Varanasi.
Así que el acuerdo se circunscribió a esta ciudad previo paso por los bazares del Paharganj.
Al salir del Hotel, Razzaq cambió el paquete a la mano derecha y me lo ofreció con la eterna sonrisa que me acompañaría hasta tomar el vuelo a España.
Realmente me había sorprendido.
- ¿Para mí! -le dije.
- Cultura -contestó- de mi País.
Al abrirlo, sólo pude exclamar algo que no recuerdo exactamente con una mezcla de sorpresa y rubor cuando leí "Kama Sutra" entre letras doradas de estilo arabesco.
Me pregunté si este atrevimiento se debía a mi osada imaginación acerca del animal que habitara entre sus piernas. Pero era imposible. Cuando pensé en ello ya lo llevaba en su mano izquierda.
- Espero que no se moleste -añadió-. Le pido disculpas si...
- No. No. En absoluto. Es interesante. No tenía ningún ejemplar del...
Mentía. Tenía el "Kama Sutra" original que cogí hace años de la casa de mis padres y, mientras ojeaba rápidamente el contenido como si no lo hubiera visto nunca, Razzaq me puntualizó que contenía una cantidad considerable de dibujos eróticos originales de miniaturas y manuscritos muy antiguos.
- Pero, ¿esto se puede hacer? -me pregunté en voz alta mientras curioseaba una de estas pinturas de sexo totalmente explícito.
- Sí.
Y contestó con una rotundidad, tan absolutamente seguro de sí mismo, que incluso me asusté.
Pero me fijé en él. Sus ojos y sus labios estaban sonriendo.
- Vale. No pasa nada -pensé.
- Bueno, vamos hacia Paharganj -me dijo-. Si vamos andando podrás saborear el verdadero clima de sus habitantes.
Y no se equivocaba. A medida que me adentraba en las profundidades de Delhi, la información se agolpaba en mi campo visual: la contaminación, el gentío, el ruido, la mezcla de olor a especias y a mugre que punzaban mi olfato como alfileres, el desorden en la calle en la que tan pronto pasaban coches como bicicletas destartaladas...
En dos ocasiones pude observar cómo una vaca -sagrada y como tal no se la puede forzar- se encontraba paralizando una vía.
Cualquier objeto, animal o persona formaba el caos al que la vida cotidiana se sometía a cada instante. Un caos totalmente opuesto al de las ciudades civilizadas.
Pero tras esta primera impresión que pienso que al turista medio disgustaría, se encuentra el encanto auténtico de la ciudad: su alma, su estilo de vida... Y la comida, sublime.
Realmente me parecía fascinante (para mi objetivo fotográfico) todas esas sombras de suciedad que, como si tuviesen vida propia, se apoderaban de las paredes. Así como los matices tostados de la piel, los llamativos colores de los carteles de comercios y bazares, los contrastes entre las ropas occidentales y la tradicional junto con la constante presencia de esa marca deportiva conocida a nivel mundial que se continúa confeccionando en Pakistán.
El desorden de sonidos bhangra, hindi, gujarati, carnati, ghazals... que se abrían paso entre las voces y dialectos de la muchedumbre de la calle y formaban parte de este atrezzo de musicalidad que para algunos quizá pecaría de claustrofóbico.
Los gurús más dispares con su séquito de acólitos con quienes nos tropezamos en más de una ocasión.
*
- ¡Hala! ¡Qué guapa! -me dice Ana cuando me ve aparecer con un shari de seda roja de sutiles destellos dorados.
- Pues fue en el corazón del mismo bazar de Paharganj -le contesto- donde, en un comercio de telas, me confeccionaron una pareja de sharis de seda. Increíble, tía. En dos horas me tuvieron listo el primero. Me encantan.
- ¡Jo! Y a mí. Si lo llego a saber te hubiera encargado uno o dos...
- Ya. Pero, y la talla, ¿qué? -le pregunto.
- Claro... -me dice con cierto aire de pesadumbre. Como cuando la idea de concederse un capricho se ve desmoronada por completo.
Al sentarnos en el sofá, cojo de la bandeja inferior de la mesita un libro. Aquél de cultura de la India que me regaló Razzaq.
- ¿También te lo has traído de allí? -me pregunta sonriendo con malicia.
- No -le contesto- Éste libro me lo regalaron.
- Ah... ¿quién?
Lo abro y empiezo a pasar hojas como si fuera una bajara de cartas en manos de un crupier y el aviso, con el peso, me obliga a parar entre la segunda mitad.
Saco una fotografía que me apresuro en enseñarle a mi amiga mientras añado:
- Mira. Éste de la derecha es el que me demostró que todas las posiciones del "Kama Sutra" son posibles.
- Y ¿sabes? -continúo diciéndole- me quedo con la Posición del Dragón.

Razzaq, mi Dragón de Delhi
*
Historia inspirada en una imagen de mi fotógrafo preferido, Thierry Le Goués
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