Simulador de escenas
Adoro la fotografía en color sepia que nos hicimos en el estudio de época "El Oeste Americano".
Mientras te disfrazabas de auténtico hombre fuera de la ley y yo de tu chica de cabaret en un minúsculo vestidor, aproveché para serpentear con mis dedos entre tus piernas. Tú me dijiste, entre risas y rubor, que ese no era el revólver que debía coger, pero me besaste el cuello y lo entendí como una aprobación.
Mi vestido era espectacular: rojo bermellón y negro azabache, típicos colores de la época, llamativos para atraer las miradas en el centro del Saloon.
La falda, de vuelo interminable y numerosas capas estaba estratégicamente vuelta en un punto a la altura de mi muslo derecho para mostrar las medias de rejilla y la liga que llevaba en esa pierna.
Te pedí que me ajustaras el corpiño y mientras lo hacías, bromeaste conmigo gritando desde el interior del vestuario:
- "¡Cííííííí..., ceñorita Ezcal-lataaaaa!!!!!" - con acento sureño americano, imitando a la criada negra de Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" (adoro esa película y tu guiño, en verdad, me sorprendió).
Inmediatamente después oímos varias risas desde el exterior y eso nos animó a continuar las carcajadas.
Mis hombros quedaban al descubierto. Noté tu aliento sobre la esquina derecha y sentí tu irremediable impulso de apretarme contra tí. Esos segundos de silencio te delataron y en esos mismos segundos me volví a enamorar de tí, pistolero, como tantas veces. Me volví y apartaste la mirada sonriendo a medias, maliciosamente... Y tosiste. Tu tos inconfundible...
Antes de salir te miré. Sin pretenderlo tu perilla hacía juego con tu disfraz. Eras más auténtico: camisa de lino anchísima de color blanco roto (más sucio que roto), chaleco gris de algún traje que perdiste en algún atraco y un pantalón de alguna talla más que, sin duda, pertenecía a otro atuendo. Quedabas perfecto con tu cinturón ancho más un par de pistoleras superpuestas con sus respectivos revólveres. Sentí deseos de permanecer contigo cinco minutos más, pero temí -como siempre- que tu respuesta no me hubiera sido favorable.
Una vez fuera me fascinó sobremanera la cámara, con su telita de detrás donde la fotógrafa en cuestión se escondió antes de disparar.
Teníamos varios escenarios para elegir: el carro típico de caravana, la foto familiar (mujer y niñas en el sofá, padre e hijos de pié), en un cuarto de baño (bañera de época y tocador antiguo) y la barra de un Saloon. Por motivos obvios nos decantamos por la última opción. Rastreaste con la mirada cualquier botella de whisky pero sólo había bourbon.
Me ayudaste a subir a la barra. Tú posaste de pié, con la botella de bourbon en la mano.
Ya arriba, crucé las piernas y la chica me dijo que me subiera un poquito más la falda, "si se ve la liga queda ideal", dijo con acento catalán. Adelanté un hombro más que otro, justo ese, algo más cálido, en el que todavía permanecía tu respiración. Acerqué mi barbilla a él, me volví a colocar la boa de plumas como si me hubiera acompañado toda la vida...
- Atención. Uno... Dos... Tres... - advirtió la chica.
Y junto al estallido ahogado del disparo de la cámara, apareció una ola de humo gris recreando en su totalidad el evento.
- Ha merecido la pena venir hasta este parque temático - me dijiste al acercarse la noche -. Quiero una copia.
Mientras te disfrazabas de auténtico hombre fuera de la ley y yo de tu chica de cabaret en un minúsculo vestidor, aproveché para serpentear con mis dedos entre tus piernas. Tú me dijiste, entre risas y rubor, que ese no era el revólver que debía coger, pero me besaste el cuello y lo entendí como una aprobación.
Mi vestido era espectacular: rojo bermellón y negro azabache, típicos colores de la época, llamativos para atraer las miradas en el centro del Saloon.
La falda, de vuelo interminable y numerosas capas estaba estratégicamente vuelta en un punto a la altura de mi muslo derecho para mostrar las medias de rejilla y la liga que llevaba en esa pierna.
Te pedí que me ajustaras el corpiño y mientras lo hacías, bromeaste conmigo gritando desde el interior del vestuario:
- "¡Cííííííí..., ceñorita Ezcal-lataaaaa!!!!!" - con acento sureño americano, imitando a la criada negra de Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" (adoro esa película y tu guiño, en verdad, me sorprendió).
Inmediatamente después oímos varias risas desde el exterior y eso nos animó a continuar las carcajadas.
Mis hombros quedaban al descubierto. Noté tu aliento sobre la esquina derecha y sentí tu irremediable impulso de apretarme contra tí. Esos segundos de silencio te delataron y en esos mismos segundos me volví a enamorar de tí, pistolero, como tantas veces. Me volví y apartaste la mirada sonriendo a medias, maliciosamente... Y tosiste. Tu tos inconfundible...
Antes de salir te miré. Sin pretenderlo tu perilla hacía juego con tu disfraz. Eras más auténtico: camisa de lino anchísima de color blanco roto (más sucio que roto), chaleco gris de algún traje que perdiste en algún atraco y un pantalón de alguna talla más que, sin duda, pertenecía a otro atuendo. Quedabas perfecto con tu cinturón ancho más un par de pistoleras superpuestas con sus respectivos revólveres. Sentí deseos de permanecer contigo cinco minutos más, pero temí -como siempre- que tu respuesta no me hubiera sido favorable.
Una vez fuera me fascinó sobremanera la cámara, con su telita de detrás donde la fotógrafa en cuestión se escondió antes de disparar.
Teníamos varios escenarios para elegir: el carro típico de caravana, la foto familiar (mujer y niñas en el sofá, padre e hijos de pié), en un cuarto de baño (bañera de época y tocador antiguo) y la barra de un Saloon. Por motivos obvios nos decantamos por la última opción. Rastreaste con la mirada cualquier botella de whisky pero sólo había bourbon.
Me ayudaste a subir a la barra. Tú posaste de pié, con la botella de bourbon en la mano.
Ya arriba, crucé las piernas y la chica me dijo que me subiera un poquito más la falda, "si se ve la liga queda ideal", dijo con acento catalán. Adelanté un hombro más que otro, justo ese, algo más cálido, en el que todavía permanecía tu respiración. Acerqué mi barbilla a él, me volví a colocar la boa de plumas como si me hubiera acompañado toda la vida...
- Atención. Uno... Dos... Tres... - advirtió la chica.
Y junto al estallido ahogado del disparo de la cámara, apareció una ola de humo gris recreando en su totalidad el evento.
- Ha merecido la pena venir hasta este parque temático - me dijiste al acercarse la noche -. Quiero una copia.
1 Comments:
Sin embargo jamás me pasaste aquella foto y me tuve que conformar con el negativo que guardo de mi retina. Recuerdo aquel mal que te dio esa misma noche y durante unos minutos, caminando por Polinesia y aquel hombre que se acercó alarmado por tu mareo, que se fue con la misma fugacidad con la que había llegado... Y tras ello, volvimos a hacer el amor en el hotel Astari.
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