domingo, abril 29, 2007

Mothers of the disappeared

Lo hablaba la otra noche en una cena entre amigos: desde que soy madre me he vuelto más sensible.

Ahora recuerdo mi época de adolescente, hacia los diecisiete años, cuando empecé a adentrarme en los estudios de filosofía durante el Bachillerato interesándome especialmente el estoicismo.
De esta rama destaqué para mí las virtudes de autocontrol e impasibilidad y, en cierto modo, pude dominarme durante un tiempo hasta que la realidad y, sobretodo, la sensibilidad innata en mí, como en la gran mayoría de los seres humanos, fue difuminando imperceptiblemente ese tipo de estoicismo que había
customizado en su momento para el uso, disfrute y protección de mi Alma.

De unos años a esta parte y por afinidad, siento especial emoción ante cualquier hecho inmoral en que la relación materno-filial se ve involucrada o cuando el desamparo, la crueldad o la corrupción hacen acto de presencia durante la infancia.
Dicho esto, mantengo y añado que
una madre jamás debería ver morir a su hijo.
Llámenlo egoísmo si quieren pero no es del todo cierto. Es el dolor de ver partir para siempre a una parte de una misma.
Por mucho que los padres digan, este dolor no pueden comprenderlo, y menos, sentirlo.
Imaginen, señores, hombres, padres... que les arrebatan el brazo derecho (véase para los zurdos el izquierdo). No, nisiquiera este ejemplo es válido. Cuántas madres cambiarían sus extremidades por la vida y la felicidad de su hijo o de su hija.

Me estoy dando cuenta de que, en realidad, se trata de un sentimiento tan arraigado en la figura de
la madre que no puedo explicar con palabras dicha intensidad. No. Sólo llorar cuando lo sienta.
Por aproximación.
Por ser madre COMO ELLAS.
Porque muchas veces no queda otra cosa más que las lágrimas y la lluvia. Ambas necesarias para procesar las ausencias.

Las mujeres. ¿Sexo débil dicen? Pregúntenselo a ellas, por ejemplo.
O a ellas.
O a las madres de éstas otras.



Y, por todos los dioses, a todas las madres que me dejo... Y a todos los hijos e hijas arrebatados... Y a todas las infancias que no han sido ni llegarán a ser...

Llevaba tiempo queriendo escribir acerca de este tema. Pero aprovecho el trigésimo aniversario de la formación del grupo de mujeres de la plaza de mayo. Que se cumple mañana, día 30 de abril.
Treinta años. Cada semana. Y lo que les queda...

*

Midnight, our sons and daughters
Were cut down and taken from us
Here their heartbeat
We hear their heartbeat

In the wind we hear their laughter
In the rain we see their tears
Hear their heartbeat
We hear their heartbeat

Night hangs like a prisoner
Stretched over black and blue
Hear their heartbeat
We hear their heartbeat

In the trees our sons stand naked
Through the walls our daughters cry
See their tears in the rainfall

Mothers of the disappeared - U2
The Joshua Tree. 1987

lunes, abril 16, 2007

¿Soy materialista?

Tuve una graaaaan mesa de estudio en mi habitación (una de esas con cajones de hierro y encimera de madera, típicas de los despachos de la década de los 80). Era, ciertamente, un monstruo de al menos una tonelada que las benévolas dimensiones de mi alcoba me permitían alojar. En definitiva, una gloria de mesa donde desplegar apuntes, libros y demás casi sin límites. En ella llegamos a hacer dibujo técnico tres personas y sin molestarnos, con lo cual, aquél que se haya entretenido leyendo esta descripción puede hacerse a la idea de las cotas a las que me refiero.

Esta mesa fue sustituida por un frontal de diseño en formas elegantemente curvadas, de color azul intenso la encimera y gris metalizada la única pata que posee. Cuatro cajones en la parte derecha.
Bastante amplio también, pero no era lo mismo.
El cambio tuvo lugar cuando mis padres decidieron remodelar la habitación completamente. Y querían tirar la predecesora o donarla a alguna institución, pero yo quise regalársela a una amiga, que le hacía falta una y, además, tenía espacio para albergarla.

Hace unos tres años, mi amiga se marchó a vivir a Canarias dejándole la mesa (y el piso) a otra amiga (que también conozco, por cierto, y que me encontré hace un par de días). Desde entonces nada he sabido de esta mesa. Y tiene gracia, la verdad. Parece que le tomé cariño...

El caso es que el tercer cajón de la izquierda de la megamesa estaba lleno de folios impresos por una sola cara. Folios que ya no servían para nada, cuyos textos habían expirado por unos u otros motivos.
Mis padres y yo los almacenábamos allí, con la hoja en blanco hacia arriba, dispuestos para su posterior reutilización.

Han sido muchos los folios que he utilizado para borradores, apuntes del instituto y estudios posteriores, así como otros cometidos.

Esa era nuestra forma de aprovechar mejor el papel e ir familiarizándonos con el reciclaje.

Luego vinieron los contenedores de reciclado de este material (el del vidrio llevaba ya instalado muchos años antes y en mi casa no se tiraba nada de cristal a la bolsa de basura corriente) y procedimos a separar el papel y el cartón para estos contenedores incluyendo los folios (ya escritos por las dos caras) que desechábamos.

Después fueron las pilas.

Primero recuerdo comprarlas buscando aquellas con contenidos a 0% de mercurio pues éste es altamente tóxico si entra en contacto con el agua. Tan sólo una gota de mercurio contamina una gran cantidad de litros de nuestro preciado líquido elemento. Simplemente con arrojarla a la basura corriente ya producimos un gran daño, pues las baterías tardan más de cincuenta años en descomponerse y, como ya digo, el mercurio y otros metales pesados que contienen se filtran entre el subsuelo contaminando las capas subterráneas de agua.

Y como he leído hoy en un anuncio, tomando éste como base una teoría sobre la energía: el agua no se crea ni se destruye, sólo se transforma, el agua sigue su ciclo y vuelve a nosotros de manera directa o a través de alimentos. Por lo cual, reincido en lamentar la cantidad de metales pesados que nuestro organismo acumula.

Lo que generan éstos metales pesados (y también los pesticidas, pero eso es otra historia) daría para una película de terror o para dar de comer al Dr. House... pero no me quiero salir del tema que hoy me ocupa, y volviendo a mi historial del reciclaje hace ya casi dos décadas que llevo las pilas vacías a contenedores especiales, pero, es más, en mi casa se utilizan casi al 95% las recargables pues su uso es el más recomendable bajo el punto de vista ecológico.

¿Quién no tiene en su casa un cubo de basura con separadores? Lo cierto es que la gente está bastante concienciada y Aragón es una de las comunidades autónomas que más reciclan. De lo cual, me siento bastante orgullosa.
Una excepción es él, pero tiene sus motivos.

También están el aceite (que cuando llenamos tres o cuatro garrafas de cinco litros las llevamos a uno de los Puntos Limpios que Zaragoza dispone) y los medicamentos caducados (al punto Sigre, presente en TODAS LAS FARMACIAS DE ESPAÑA).

Mi lucha actual es con el agua. Bueno, en general con los recursos naturales. Además de separar para reciclar todo lo que me es posible (haciendo una excepción con la basura orgánica que se convierte en "compós" y que, por motivos obvios de vivir en un piso y no disponer de huerto no tiene sentido llevar a cabo), trabajo diariamente para ahorrar energía. Un ejemplo es no dejar aparatos eléctricos en modo Stand By.
Y lo dicho: el agua.

Ya no me doy baños en mi descomunal bañera, ni siquiera a mi hijo que me lo pide (a los niños les encanta que se les llene de agua la bañera. Mi madre lo hacía conmigo y yo salía con los dedos arrugados porque me pasaba a remojo la tira de tiempo, pero adoraba juguetear con los tapones de los geles, llenándolos de jabón y agua, o sólo de espuma...). Tampoco le dejo que llene el lavabo de agua y juegue ahí. Le digo, para que comprenda teniendo en cuenta su edad que "si se malgasta el agua, hay niños que no tienen para beber" e intento consolarle diciéndole que en verano podrá jugar todo lo que quiera en la piscina y en la playa.

Lo que está claro es que hay que concienciarse.

En mi recta final e intentando reconducir este post hacia una respuesta para el título que lo encabeza, he de continuar escribiendo sobre la agricultura ecológica y mi incursión en el consumo de la misma desde hace ya un año aproximadamente, abarcando una gran parte de los alimentos de mi despensa así como los frescos.

Consumir alimentos de agricultura ecológica (ahora hay muchas tiendas especializadas en este tema que tienen prácticamente de todo) es un compromiso personal con el medio ambiente, una delicia para el paladar (pues el sabor de los alimentos se aprecia de manera considerable) y un regalo de bienestar y salud para el organismo. Además, están avalados por sellos que conceden organismos o comités nombrados por las Comunidades Autónomas y están supervisados de manera metódica, exhaustiva y rigurosa. Unos certificados que se conceden tras largo tiempo de espera y muchas inspecciones que finalicen con el visto bueno.

Esto último es muy importante porque, actualmente, todos los alimentos "normales", esto es, los que encontramos en los supermercados, están modificados genéticamente desde su origen en la materia prima y esto influye de manera catastrófica en el sistema inmunitario de nuestro organismo. No hay más que echar un vistazo ahí fuera: alergias, enfermedades degenerativas y todas aquellas "tontaditas" que se ven comprometidas cuando nuestro sistema inmunitario no rinde como debiera (aunque la depresión de anticuerpos se debe también a la utilización indiscriminada de antibióticos y otros medicamentos que las generaciones futuras van a pagar MUY CARO).

Pero aún hay otro pasito más. Y es el de la cosmética. Sus ingredientes provienen de granjas que trabajan enteramente con biodinámicas. Por supuesto, estas granjas están avaladas por certificados ecológicos como los que he citado anteriormente.
De momento, me quedo con la alemana Dr. Hauschka y Weleda a quienes compro varios productos incluyendo la línea de baño, aunque acabo de descubrir a la oscense Aranela y pienso investigar más porque es positivo consumir productos de la tierra.

El caso es que, después de todos estos compromisos que adopté hace ya tiempo y con los que he decidido cambiar mi vida y la de quienes me rodean, cuando el vicio confesable que jamás he tratado de ocultar y que es el de la cosmética de alto nivel (a very, very high standing). Cuando hace acto de presencia en mi mente me pregunto si seré materialista.
Mi respuesta final es sí. Nuestra sociedad es consumista y ambos términos podrían ir de la mano en este caso. El materialismo, por otra parte, está tan arraigado en nosotros que no se puede eliminar en un chasquear de dedos.

Materialismo y consumismo dan lugar para otro post. Por lo que no me extenderé ahora en discusiones sobre ambos términos.

Pero, de cualquier manera, me enorgullezco por mantener ahora otros valores y ser considerablemente menos caprichosa.

Ains, pero... ¿qué puedo hacer si sucumbo con Swiss Perfection o La Prairie?

domingo, abril 01, 2007

Lazo verde

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