Drugs don't work (II)
Diane Arbus hubiera sacado lo mejor de ella si la hubiera retratado con su Gláfex.
Lo cierto es que me da una pena inmensa. Como toda esa gente que echa a perder su vida por un vicio o una dependencia extrema.
Los dioses le regalaron una voz a la que podía haber sacado mucho partido porque es, sencillamente, muy buena. Pero nada se puede hacer contra la voluntad de alguien que no quiere salir del agujero donde está atrapado.
Podría dejar aquí, para que lo escuche quien se pierda por estos Días de vino y Rosas, su último éxito, Rehab. Sin embargo, como suena por todas partes, me decanto por Back to Black.
Sé que Phrodo me va a matar por compararla con los más grandes, pero tengo que decir que me la imagino a menudo en un antro de la vieja Nueva Orleans, drogada pero cosciente y valiente como para cantar y entonar en su estilo lento y sensual a un reducido grupo de asistentes que beben tanto como ella.
La sala está tan suficientemente congestionada de humo de tabaco como para crear una atmósfera mágica, una niebla tras la que se esconden a medias las voces promesas en los clubes más oscuros de la ciudad.
Es su turno pero todavía no sale. Le da igual todo. Sigue ahí...
Comparte su tocador con otra cantante de medio pelo quien acaba de entrar a ese oscuro habitáculo que el dueño llama camerino y, por un segundo, se dice que ya no habrá más drogas en su vida a pesar de que intuye que no podrá resistirse al siguiente impulso y que cada ilusión es una gran mentira.
Mira las paredes. El papel se empieza a ajar. Las enormes margaritas estampadas que un día se codearon con las estrellas se desvanecen entre las manchas de humedad y tabaco.
El dueño del Club abre la puerta de forma violenta y le dice a Amy que es su turno, que no espera más, casi gritando. Su áspera voz martillea sus sienes de manera despiadada mientras hace un gesto de aquiescencia a alguien que ya no la mira.
Amy se levanta lentamente. "Estoy cansada de todo", se dice. Bebe de un trago el resto de su whisky. Tose una vez más y se dirige al escenario para cantar...
Los dioses le regalaron una voz a la que podía haber sacado mucho partido porque es, sencillamente, muy buena. Pero nada se puede hacer contra la voluntad de alguien que no quiere salir del agujero donde está atrapado.
Podría dejar aquí, para que lo escuche quien se pierda por estos Días de vino y Rosas, su último éxito, Rehab. Sin embargo, como suena por todas partes, me decanto por Back to Black.
Sé que Phrodo me va a matar por compararla con los más grandes, pero tengo que decir que me la imagino a menudo en un antro de la vieja Nueva Orleans, drogada pero cosciente y valiente como para cantar y entonar en su estilo lento y sensual a un reducido grupo de asistentes que beben tanto como ella.
La sala está tan suficientemente congestionada de humo de tabaco como para crear una atmósfera mágica, una niebla tras la que se esconden a medias las voces promesas en los clubes más oscuros de la ciudad.
Es su turno pero todavía no sale. Le da igual todo. Sigue ahí...
Comparte su tocador con otra cantante de medio pelo quien acaba de entrar a ese oscuro habitáculo que el dueño llama camerino y, por un segundo, se dice que ya no habrá más drogas en su vida a pesar de que intuye que no podrá resistirse al siguiente impulso y que cada ilusión es una gran mentira.
Mira las paredes. El papel se empieza a ajar. Las enormes margaritas estampadas que un día se codearon con las estrellas se desvanecen entre las manchas de humedad y tabaco.
El dueño del Club abre la puerta de forma violenta y le dice a Amy que es su turno, que no espera más, casi gritando. Su áspera voz martillea sus sienes de manera despiadada mientras hace un gesto de aquiescencia a alguien que ya no la mira.
Amy se levanta lentamente. "Estoy cansada de todo", se dice. Bebe de un trago el resto de su whisky. Tose una vez más y se dirige al escenario para cantar...
